25.11.05

Pringles

La historia es más o menos así (atenti Pigna/Pergolini):

El 25 ó el 27 de noviembre de 1820, en Playa de Pescadores (Perú), se libra la Batalla de Chancay. Tropas realistas han acorralado a los nuestros, que están al mando del entonces Capitán Juan Pascual Pringles (puntano, el hombre, como quien suscribe)

Resulta que Pringles, para no entregar el Pabellón Nacional y partes complicadas de su anatomía, haciendo alarde de coraje y patriotismo, ordena que su tropa se arroje al Pacífico (ojo, él también se tira, no es que manda a los otros y se queda piola a un lado; antes, los jefes debían ir a la vanguardia para proteger su retaguardia)

Así, detalle más, detalle menos, es como me lo contaron en la escuela.

Ahora bien, me digo después de 25 años de haber aprendido el cuentito (*), el agua debe haber estado muy fría, porque más tarde Pringles aparece prisionero de los gallegos. La otra posibilidad es que el Gran Héroe Puntano se equivocara al pensar "estos gallegos sucios no se van a meter al agua ni a palos", y mientras les hacía cortes de manga, leru-lerus y señas obscenas desde el agua, lo sorprendieron por detrás (no le sirvió su estrategia para proteger la retaguardia), lo agarraron del cuello, le pusieron un piñón y lo llevaron a tierra firme, tipo Baywatch, pero sin minas.

(*) Pensamiento colateral y simultáneo: "mi capacidad de crítica sobre lo que me enseñaron en la escuela tiene efecto retardado (por ejemplo, recién ayer me di cuenta de que lo del Payaso Plin Plin era todo mentira)"

La etapa que va desde el momento en que es tomado prisionero hasta que lo condecoran con una cucarda celeste que en letras blancas decía "Honor a los caídos en Chancay" es, para mí, un misterio. Lo cierto es que lo felicitan muy bien diez por haberse dejado llenar la cabeza de coquitos por parte de los realistas.

Tiro la siguiente reflexión: sería conveniente revisar ese concepto que tenemos de nosotros mismos (los argentinos, no los puntanos) sobre ser exitistas y soberbios. "La puta", pienso, "si condecoramos a los caídos no seremos tan exitistas"; y sigo, "qué grandes que somos, condecoramos a los caídos, somos lo más grande que hay".

Con lo de la soberbia no hay caso.

Siguiendo con la historia de Pringles, me parece que los españoles se arrepienten de dejarlo libre. Ahí nomás compra el pase Bolivar y lo asciende para que siga meta molestarlos.

Después del campeonato que juega para el equipo de Tinelli, se pasa al de Paz, que no le hace ningún honor a su apellido. Don Juan Pascual ya no es el mismo de antes, pero sigue manteniendo intacta su capacidad para la derrota: Quiroga le pinta la cara en Río Cuarto. Luego, sin salir del territorio demarcado por el degradee de ríos cordobeses (**), pero ya en suelo puntano (esto no se entiende mucho pero es así, un río cordobés en suelo puntano), vuelve a perder en Río Quinto.

(**) Pensamiento colateral y simultáneo: la verdad es que se mataron los cordobeses para ponerles nombres a los ríos. Aunque tampoco es un derroche de sutileza ponerle Río Hondo a un río hondo, o Salado a uno no recomendado para hipertensos. Falta que a algún inteligentontón se le ocurra ponerle a otro Río Mojado o Río Húmedo (advertencia, en San Luis existe el paradójico Río Seco)

Como se le terminaron los ríos, Pringles queda seco en un lugar llamado Chañaral de las Ánimas, el mismo día del nacimiento de mi hermana Josefina (19 de marzo), pero ciento cuarenta y ocho años antes, o sea, en 1831.

La historia de Don Juan Pascual finaliza con que, después de muerto, le hicieron una plaza en San Luis con una estatua ecuestre, una ciudad en la Provincia de Buenos Aires, una plaza en el centro de Rosario y le pusieron su nombre a una marca importada de papas fritas que vienen en tubito (tipo pelotitas de tenis, pero más crocantes)
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