11.1.08

Zugzwang

El azar (tal es el nombre que nuestra inevitable ignorancia da al tejido infinito e incalculable de causas y efectos) ha sido muy generoso conmigo.”
Jorge Luis Borges


Hay un mundo en donde no existe el azar. Todo cuanto se puede prever está calculado: las sombras son armoniosas y simétricas, las flores se lucen en colores y perfumes, los pájaros no mueren, como así tampoco los gatos (es muy triste cuando muere un gato)

La lluvia llega siempre en el momento en que hace más calor, y cesa en cuanto los campos han sido regados suficientemente y la temperatura se ajusta a las cadencias de las estaciones de cultivo.

En el mundo del sin azar los patios son un prodigio de la lucha del hombre contra la naturaleza y, por supuesto, las tormentas atienden con su intensidad al cuidado que cada uno pone a su sembrado, hermoseando el esfuerzo del mejor vecino y granizando sobre los terrenos del desidioso.

No hay en ese mundo hermoso ni mácula de descuido, nadie se equivoca sin que el hecho tenga consecuencias fatales, nadie descubre nada, nadie arriesga pronósticos contrapuestos, no hay peleas. Todo es sabido de antemano y solucionado con la argucia digna de sus geniales gobernantes y de su pueblo, el real soberano.

Es un reino “formósus”: bien formado, ajustado a la forma, a la correcta forma. Por lo tanto, sus autoridades han dispuesto la proscripción del asombro. Jamás podría existir ese dispositivo enrevesado en un universo tan moderno y desarrollado. No sería posible.

No es curioso que en ese mundo también hayan sido vedados los magos, los músicos locos, el carnaval, la resistencia de Aquiles y el vuelo de Ícaro. Y tampoco debe llamarnos la atención que esté tan mal vista la cursilería en las cartas de amor y la lágrima fácil.

No quedan muchos hilos para tirar y deducir que en ese hermoso (formósus), aunque no bello mundo, está absolutamente condenado el ajedrez ya que desde tiempos inmemoriales se conoce el embrujo que producen los espejos.

Desde el más imberbe de los pobladores de ese mundo hasta el más anciano y sabio conocen que ese juego hace las veces de mundo ideal en el que cualquiera puede participar y establecer que todo lo que acontece puede presentirse y dominarse. Sin azar.

El peligro exacto, la auténtica amenaza a toda la estructura, radica en que a cierta altura de la maestría en el arte del ajedrez, cuando se ha desarrollado suficientemente la habilidad de presentir y prever, el jugador con talento, el verdadero hechicero, se da cuenta de que todo, incluso él mismo, es parte de un juego cuyas verdaderas reglas desconoce.
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