21.2.08

Tiempo complementario

Sobre una idea original de Eduardo Maino


A Carlos Alberto, Lisandro y Eduardo.


“...Si yo estoy pasando estaciones en la radio y de golpe encuentro una transmisión de fútbol que yo no esperaba, es como que me da la tranquilidad que todo anda bien en el mundo.”
Roberto Fontanarrosa


Apenas entristecidos por el desamparo que los cubre, van los viejos solos a la plaza. Imagen de todos los barrios, no conocen su número multitudinario. No saben que ese banco en esa plaza que se reproduce por millares en todo el mundo podría levantar revoluciones y trazar, como en una jugada magistral de dominó, el camino perfecto hacia el cero.

A mí me gusta sentarme cerca del banco correspondiente a mi plaza, el banco cero de la partida de mi mundo, y escuchar atentamente las historias que cuentan los jugadores mientras disponen las fichas en las que se les va un poco más que la vida.

Suelen hablar mal del gobierno de turno y bien de algún otro arrastrado en la nostalgia; suelen repartir elogios a las bellas mujeres de su juventud, que precisamente por ser bellas ganan donaire con los años y gustan más a “los muchachos”.

También hablan de autos y boxeo. Me gusta cuando hablan de boxeo. Pero lo que más me atrapa son sus charlas de fútbol. Es cierto que siempre se cuentan las mismas historias y discuten sobre el mismo eje, pero es ese y no otro el camino para llegar al punto cero.

Creo que ya casi adivino cada palabra de las distintas anécdotas, cada gesto de la audiencia... si hasta sé cuándo le van a sacar una sonrisa a la inmutabilidad de mi cara de atención. Automáticamente, cuando voy a sonreír, pienso: “busca la perfección en algo y serás virtuoso”.

La mesa de la que yo hablo, a pesar de ser universal (y quizás por eso mismo), convoca a seres muy particulares. Entre ellos, a Domingo Pedro. De vez en cuando, Domingo Pedro aprovecha el silencio provocado por una buena jugada y, con la autoridad que esto le confiere, comienza su anécdota en replay.

Nunca le dio mucha bolilla a la televisión. Para él no existía. Eso sí, la radio era otra cosa, ahí se vivían los asuntos. Hombre acostumbrado a escuchar (según contaba), prefería la radio. Hace años le habían confesado que cuando uno ve la transmisión televisiva de un partido y oye el relato radial al mismo tiempo, se produce, o mejor dicho, se confirma, algo que todos sabemos bien: la radio va más rápido que la tele. En el sentido amplio de la frase.

La primera vez que a Domingo Pedro le presentaron este fenómeno lo atribuyó a la imaginación senil del presentador, y le dispensó la atención que las circunstancias y la televisión le merecían. La segunda vez ya fue más claro: no le dio pelota. Y así las demás veces; por lo que jamás se dignó a someter semejante afirmación al método científico y poner a prueba el fenómeno.

Consecuentemente, solía acompañarse a los partidos con su portátil: salía despacio por el pasaje Drumond hasta Rueda, y se acercaba a la cancha oyendo la previa en AM.

Un día importante, durante un torneo importante, hizo lo mismo de siempre: salir por Drumond hasta Rueda, y de allí al tranquito hasta el estadio escuchando AM.

Las cosas importantes llegan sin que uno se dé cuenta, así que sin notar nada se acomodó en el lugar de siempre, un poco por cábala y otro poco por la cercanía del baño, oyendo las formaciones de los equipos, las discusiones que esto planteaba, el efecto del clima sobre los jugadores; una suma de hechos que, realmente, le resbalaban.

Apenas comenzado el encuentro, dice Domingo Pedro, “no va que los guachos de los visitantes la mandan a guardar”. Angustia. “No va que en el segundo tiempo, el 7 del cuadrito la calza y la mete”. Empate del cuadrito y más angustia, que esa situación es de presión extrema. Transcurre el tiempo y la angustia. Transcurre mucho más tiempo y más angustia, “y el cuadrito que no podía, y el cuadrito que aguantaba, y que casi se le daba el triunfo, y casi la derrota...” Y siempre la angustia.

Según parece, ese sábado el relato radial le ponía a la realidad un color raro, pintaba la cancha, lucía jugadores, iba comentando hechos que estaban por pasar. Un fault del 4 fue anticipado por el comentarista, y ya la cosa se ponía brava. La amarilla que se ganó el arquero visitante por demorar fue anunciada minutos antes. Una lesión jodida del zaguero central que nos dejaba tambaleante la defensa, se transmitió por el aparatito con antelación.

El tiempo de juego iba al paso de la realidad, pero la radio se le adelantaba. Domingo Pedro miró el reloj mientras los jugadores tiraban la pelota para arriba en la mitad de la cancha. Todavía le quedaban al encuentro quince minutos. Se paró en silencio, salió por Rueda hacia el Pasaje Drumond con la felicidad estampada en la cara.
“Quería ver pasar a la hinchada festejando el triunfo que aún ignoraban todos”, cuenta. Y preparando mi sonrisa confiesa: “No llevé más la radio a la cancha, y no le di más bolilla al asunto”.
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