1.4.08

Falsario


“La mentira es un triste sustituto de la verdad, pero
es el único que se ha descubierto hasta ahora.”
Elbert Hubbard



Más conocido por su título nobiliario de Barón de Münchhausen, Karl Friedrich Hieronymus fue un valiente soldado alemán que en el Siglo XVIII luchó contra los turcos sirviendo en el ejército ruso.

Karl era hermano menor de Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac, un arrogante francés de pluma y espada muy afiladas, que un siglo antes había hecho todo lo que estaba a su alcance para ser recordado eternamente.

Es cierto, dada la distancia temporal y geográfica que los separa, que los hermanos no se conocieron, y que jamás compartieron nada, excepto el valor y la fama. Ni madre, ni padre, ni desayuno, ni peleas por sus ropas. Sólo el lazo de la fama conseguida con valentía.

No obstante su fraternidad en el coraje, que hizo que protagonizaran hazañas de similar portento, sus reputaciones siguieron caminos dispares: el mayor, Cyrano, pasó a la historia como un romántico espadachín que gastaba su tiempo libre (es decir, cuando no estaba batiéndose a duelo) en seducir a toda persona que llevara guardainfante y escote. Lo cual, obviamente, le traía aparejados más duelos. El tipo se aseguraba la diversión.

Por su parte, el frío y serio hermano alemán, pasó a ser conocido como uno de los más burdos fabuladores de todos los tiempos, tanto que dos siglos más tarde se bautizó con el nombre de “Síndrome de Münchhausen” a una patología psicológica que lleva a quienes la padecen a inventar o agravar dolencias físicas en pos de atención.

Resulta que lo único que hizo el Barón de la mala fama fue contar sus proezas militares al regreso de la campaña. Cosa que por otro lado también debe haber hecho Cyrano.

La cuestión es que Karl no tuvo en cuenta el daño que puede hacer la crítica con acceso a los medios de comunicación: Rudolf Erich Raspe, un listillo científico y escritor que se encargó de recopilar sus relatos y caricaturizarlos, difundió la figura del Barón que hoy conocemos. Es muy probable que Raspe, que como lo hacían Karl y Hercule con las mujeres se dedicaba a coleccionar enemigos, contara en su repertorio de adversarios al Barón.

Así nace el “Relato que hace el Barón de Münchhausen de sus campañas y viajes maravillosos por Rusia”, que Raspe publicó en inglés en 1785. Karl padeció en vida los ecos de esta obra que le entristecieron terriblemente sus últimos años.

Creo yo, en honor a que me importa un bledo que me cuenten la verdad y para cubrir con un manto de justicia la figura del notable alemán, que el hecho mismo del relato excede ampliamente los requerimientos de lo que “debe ser cierto”. Hay en el relato un grado de mentira que lo hace bello y poderoso, que lo hace relucir y lo disculpa. De no ser así, Las mil y una noches, por ejemplo, nos debieran parecer patrañas inadmisibles, siendo que nadie pasa por el colador de “la verdad” sus historias. Más bien, uno se deja llevar a esos “no lugares”, a esos momentos utópicos como quien es llamado a la mesa del almuerzo.

Es que el relato de un suceso no es, ni puede ser, el suceso mismo; sino un puente que el narrador tiende entre dos tiempos: el presente en el que estamos y el tiempo de lo contado, que no debe ser encerrado estrictamente en la linealidad cronológica de los mortales. En ese sentido, quien cuenta una historia tiene el deber de ponerle nuez moscada, de salarlo lo suficiente como para que la distancia temporal se sortee de manera placentera.

Lo contrario sería una mera crónica, una declaración en la comisaría, que mal que le pese al sumariante, lejos está de ser literaria.
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