21.4.10

Sol adolescente

“Llagas en la fruta.

Tierna edad en flor.”

In Bloom – Nirvana

Veintisiete años fue la edad en que el sol dijo que siempre sobran razones para morir, y se apagó por aumentar su brillo. Cuando su incandescencia parecía proyectarse hasta la insoportable ceguera de quienes estábamos debajo, cuando el futuro de la luz adquiría la eternidad, ese sol sofocó su tiempo. Kurt Donald Cobain había renacido el día de su ocaso.


El recuerdo de las estrellas que se han ido se hilvana con la rústica hebra de las partidas y no con la fibra sedosa de las llegadas. Por eso el 20 de febrero de 1967 es, en definitiva, una fecha más en el calendario; simplemente, un muelle donde anclar para aguantar la tormenta y seguir; una oficina donde disponer un acta con la caligrafía anquilosada de un notario. El verdadero punto de partida fue en un futuro que hoy pensamos como pasado.


No resulta curioso que decidiera oler a espíritu adolescente, como si el amarrarse a un periodo de transición fuera el estado deseado para siempre, como si la beligerancia de su propio espíritu le hubiera indicado que esa etapa era la tierra prometida. Así, tampoco llama la atención que haya intentado, al bautizar una banda de rock, vencer el padecimiento de renacer una y otra vez en interminables ciclos. Nirvana: el estado final de las almas puras, la quietud, el cese.


“Famoso es la última cosa que quise ser”, había dicho antes de su muerte. O de su nacimiento, que para el caso es lo mismo. Y con ese empecinamiento que pone a veces el destino para contradecir a las almas, su guitarra, su poesía, su magia y su angustia invadieron todas las revistas. Desde Seattle, ciudad de lluvias tenaces, ese sol iluminó la superficie del Planeta con su fulgor estridente y distorsionado.


No cabían más poemas borroneados en los bolsillos del jean, no cabían más jeringas en las venas, no más. No había ya espacio ni tiempo en la inmortalidad del sol que se iba oscureciendo a fuerza de fulgir.


El 5 de abril de 1994 comenzó a alumbrarnos. Desde entonces, los navegantes de las inabarcables aguas del rock estamos perdidos. Desde entonces, naciente y poniente se nos confunden.

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