9.4.08

Eber vs. El Veterinario

“El gato es inquietante, no es de este mundo. Tiene
el enorme prestigio de haber sido ya Dios.”
Federico García Lorca – “Canción novísima de los gatos”



“El Gato no es un animal vegetariano”, me dijo El Veterinario con la autoridad que le confiere el haber estudiado muchos años para poder emitir esa frase sin que nadie pueda refutarla. No obstante el tono seguro con que la formuló, y con el fin de apuntalar su aseveración, comenzó a darme las razones por las cuales yo debía convencerme de la idea: “1) El Gato tiene la dentadura preparada para desgarrar a sus presas; 2) El Gato tiene las uñas preparadas para desgarrar a sus presas; y 3) El Gato es un cazador que luego de atrapar a sus presas, las desgarra”. Una verdad desgarradora, realmente. A veces es mejor ignorar ciertas cosas.

Acto seguido, y pese a semejante clase de comportamiento animal, El Veterinario me sugirió que le diera a Eber solamente alimento balanceado. Una contradicción que mandaba “nada de leche y nada de carne, ya que el agregado nutricional que esto supone implicaría ciertos desniveles en lo que se considera una dieta sana para un felino como la gente. Y por supuesto”, dijo como si yo debiera saberlo, “ni hablar del hígado”.

Cuando le transmití la cruda noticia a mi gato, únicamente atinó a mirarme, creo yo en una expresión que evidenciaba su desencanto; no, más bien su desconsuelo. O tal vez, ahora que lo pienso, no sé si su cara no correspondía mejor a que no me entendió nada de lo que le dije. También puede haber estado haciéndose el sonso, para lo cual los gatos tienen una capacidad envidiable.

En definitiva, no puedo adivinar qué significa esa mirada que me echó como quien echa una mirada desconcertante.

Por otro lado, es probable que se haya arrepentido de haber confiado en mí sus cuidados, en haberme adoptado como “amo” (palabra que indica que no debe obedecerme, ni servirme, ni serme útil en ningún sentido práctico sino, por el contrario, que yo esté a su entera disposición)

Además, he notado que desde que come solamente ese “alimento” que viene en bolsas su servicio de control de vectores se ha vuelto muy deficiente. Me parece que se trata de una señal protesta; me lo imagino cruzándose de garras y diciendo airoso: “¡Ese no era el trato...!”. Muy propio de Eber, que además es un gato que se cree tigre.

Igual, ante esta situación de roedores libres en la casa, me tranquilizo pensando que el hecho de que ya no cace tantos ratones como antes no deja de ser bueno; cazar ratones le acarrearía, según El Veterinario, un desorden dietario de magnitudes. Lo cual aumentaría los cuidados debidos al animal, que seguramente enfermaría. Lo que implicaría, a su vez, que tenga que llevarlo nuevamente al veterinario; quien recetaría aumentar la dosis de alimento balanceado y comprar veneno para ratas, advirtiendo seriamente de los peligros de confundir los envases. Un verdadero círculo vicioso.

Con todo esto, me doy cuenta de que no conozco profundamente a mi gato. Y que es él mismo quien siembra las intrigas que tejen nuestra relación. Se encarga de mantenerme preocupado a fuerza de caras que yo pienso de desaprobación. Llega al extremo de solicitar caricias luego de reprobar una ración de “alimento”. El colmo de la perversidad animal.

Lo cierto es que Eber, como buen gato, es inabarcable, inmenso. Uno nunca sabe, por ejemplo, qué miran a la distancia los gatos, y con tanta atención. Parece que conocieran los fantasmas de la casa y entablaran extensos diálogos telepáticos con los espectros que sólo ellos distinguen.

Siempre están cerca de nosotros, pero no tanto. Ambos, espectros y gatos. Pero a diferencia de los espíritus, los michifuses dejan que nuestra mano los acaricie. Así, en la entera longitud de su cuerpo, raspa nuestra palma desde la cabeza. Ellos se encargan de marcar el límite con la cola que, al levantarse, indica “volver a la cabeza y empezar de nuevo”. Una y otra vez hasta que nuestro brazo se canse.

Jamás estudié veterinaria, pero en el entredicho con El Veterinario y a favor de mi gato, puedo asegurar que el profesional se equivoca. Y mi argumento es muy contundente en su simpleza: nadie sabe lo que es bueno para los felinos; nadie los conoce, nadie puede conocerlos. Todo es una gran incógnita en el universo de los gatos.
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