15.12.07

Días de radio

Crítica emotiva a “El Perseguidor”
Radio Fisherton (FM 89.5 - Rosario)
Lunes a Viernes de 22 a 23 hs.

“...yo no me abstraigo cuando toco. Solamente que cambio de lugar. Es como en un ascensor, tú estás en el ascensor hablando con la gente, y no sientes nada raro, y entre tanto pasa el primer piso, el décimo, el veintiuno, y la ciudad se queda ahí abajo, y tú estás terminando la frase que habías empezado al entrar, y entre las primeras palabras y las últimas hay cincuenta y dos pisos. Yo me di cuenta cuando empecé a tocar que entraba en un ascensor, pero era un ascensor de tiempo, si te lo puedo decir así. No creas que me olvidaba de la hipoteca o de la religión. Solamente que en esos momentos la hipoteca y la religión eran como el traje que uno no tiene puesto; yo sé que el traje está en el ropero, pero a mí no vas a decirme que en este momento ese traje existe. El traje existe cuando me lo pongo, la hipoteca y la religión existían cuando terminaba de tocar...” (Cosas locas que le hace decir Julio Cortázar a Charly Parker en “El Perseguidor”)

Todas las noches, desde que nos cortaron el cable por falta de pago (lo que no abarca únicamente los últimos dos meses sino todos los meses), tomamos el ascensor de un programa de radio y escuchamos. Cambiamos de lugar. Gratis. A la vieja usanza, nos reunimos con La Rubia en torno al “aparato”. Al estilo de los mayores que ya no están, esos muy mayores que depositaban en la radio, quizás, el mismo houdinismo que nosotros en la TV, nos escapamos con “El Perseguidor” (nótese la paradoja)

Claro que la gratuidad no es, ni mucho menos, una excusa; pero debo mencionarla porque resulta un buen argumento de venta para la voz hiperbólica, climática y profundamente envolvente, de Esteban Vázquez y su equipo: Pedro Robledo, atento a lo que sucede en realidad en esta ciudad donde todo lo que sucede parece de mentira y de verdad al mismo tiempo; y Ariana Moretti, que sabe que por ahí se dice que “todo es mentira, nada es amor” pero se niega a creerlo, y opta por entregarse sensiblemente y escribir en su fe.

Dulce victoria para mis mayores y para mis contemporáneos: como en ese antes, acabada la cena, se lavan los platos, se enciende el cigarrillo y aparece otro espacio: el demonio profundamente endemoniado de la poesía tiñendo todo con su color, y hace que la noche reniegue de su condición de segundona. ¿A qué esperar por el día si en esta hora sin sol tenemos todo?

Mientras que por las calles de la ciudad transitan quienes están llegando y quienes se están yendo a lugares ciertos, nosotros arribamos a la dimensión mágica del ascensor del tiempo. Tocamos un botón. Una voz dice: “Se cierra la puerta, subiendo”. Destino fortuito.

Llegamos y lo vemos todo. En “El Perseguidor” se ve todo. Se ve. Se lo ve a Caetano conversando con Pessoa, falando. Se ven las hojas de Walt Wihtman encendiéndose en su voracidad suicida por el fuego que contienen, aves Fénix. Se ve penar a Gelman en su diálogo con nosotros, tan comunes como él. Se ve renacer a Roberto Fontanarrosa, como lo hace todos los días de su vida. Y se ve a Vázquez, y a Moretti, y a Robledo, y al sonido y al silencio del jazz y el soul (alma), el folklore, el rock, y a los gestos visibles de la radio.

Detrás estamos. Los que vamos en el mismo métro. Todos parte, ellos y nosotros, todos personajes, todos categorías en nuestras propias mentes. Nadie muere del todo en esa hora, si no queda otro remedio que morir, se esperará hasta las once de la noche, porque nadie puede morir en Rosario de 22 a 23, ni siquiera nosotros, tan mortales.

En la hora que abarca “El Perseguidor” aprieta la magia. Y mucho. Es un regocijo, la felicidad de recibir al gato de la casa que se fuera hace unos días y regresa pidiendo comida; la felicidad de saber que alguien que habla nos escucha como buen demonio.

Como un buen demonio, Vázquez abre la puerta. Todo lo demás lo hace la poesía y sus esbirros. El locutor habla y envuelve, la escritora escribe y nos engaña, el espectaculador espectacula (¿?) y asentimos, los oyentes oímos el “grito sagrado”: todo está bien en la noche que, como dice Parker en la voz de Cortázar (¿o al revés?), se estira.

Ya empieza el programa. Nos vemos mañana a la misma hora y por la misma frecuencia. Nos vemos como gatos, en la noche, maullando una improvisación de notas largas y breves en el pulso único de los que saben que con swing se llega a cualquier parte.

“Y al final me di cuenta. Es fácil de explicar, sabes, pero es fácil porque en realidad no es la verdadera explicación. La verdadera explicación sencillamente no se puede explicar. Tendrías que tomar el métro y esperar a que te ocurra...” (Más cosas locas que le hace decir Julio Cortázar a Charly Parker en “El Perseguidor”)
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